En Leyre asistimos al nacimiento de la arquitectura románica monumental, a los primeros vagidos de un arte que se haría único en Europa durante dos siglos. La ausencia de referencias constructivas con otros lugares, o la exclusiva decoración de los capiteles, regalan a este monasterio un espacio reservado solo para él en la Historia.
En el corazón de la Sierra de Leyre una roca destaca sobre las demás, la de su monasterio. La montaña enmarcada por el pico Arangoiti anima a descubrir esa roca entre las rocas que dejan apreciar los bosques de encinas, robles, pinares, fresnos, arces, abetos, encinares, hayas, avellanos… Un paraíso natural alrededor de su piedra dorada y ardiente más emblemática, la del cenobio nacido en la noche de los tiempos, conjunto heterogéneo de Historia y Arte de épocas y estilos ensamblados en perfecta armonía, fiel reflejo de las personalidades artísticas que recorren el arte navarro de los siglos IX al XVII.
El conjunto arquitectónico de Leyre lo conforman tres espacios diferenciados en el tiempo, que conviven hermanados unitariamente. Hacia el sur, mirando al pantano, se encuentra el monasterio nuevo (siglos XVI-XVII). En el centro se erige la iglesia abacial (siglos XI-XVI), y, apuntando hacia el norte, a la sierra rocosa, el monasterio viejo (siglo XI), que en su tiempo también guardó el llamado palacio real, destinado a las frecuentes estancias de los monarcas navarros.
En Leyre asistimos al nacimiento de la arquitectura románica monumental, a los primeros vagidos de un arte que se haría único en Europa durante dos siglos. La ausencia de referencias constructivas con otros lugares, o la exclusiva decoración de los capiteles, regalan a este monasterio un espacio reservado solo para él en la Historia.
En el corazón de la Sierra de Leyre una roca destaca sobre las demás, la de su monasterio. La montaña enmarcada por el pico Arangoiti anima a descubrir esa roca entre las rocas que dejan apreciar los bosques de encinas, robles, pinares, fresnos, arces, abetos, encinares, hayas, avellanos… Un paraíso natural alrededor de su piedra dorada y ardiente más emblemática, la del cenobio nacido en la noche de los tiempos, conjunto heterogéneo de Historia y Arte de épocas y estilos ensamblados en perfecta armonía, fiel reflejo de las personalidades artísticas que recorren el arte navarro de los siglos IX al XVII.
El conjunto arquitectónico de Leyre lo conforman tres espacios diferenciados en el tiempo, que conviven hermanados unitariamente. Hacia el sur, mirando al pantano, se encuentra el monasterio nuevo (siglos XVI-XVII). En el centro se erige la iglesia abacial (siglos XI-XVI), y, apuntando hacia el norte, a la sierra rocosa, el monasterio viejo (siglo XI), que en su tiempo también guardó el llamado palacio real, destinado a las frecuentes estancias de los monarcas navarros.
Los primeros vestigios que tenemos de Leyre son los que encontró San Eulogio en el año 848, es decir la iglesia prerrománica, sobre la que al menos dos siglos después se levantó la nave de la iglesia actual. Aquella iglesia, al parecer relacionada con el Renacimiento Carolingio, como confirma su evolución, se levantó mucho antes sobre la base de algún primitivo centro de vida anacorética que también la puede relacionar con la arquitectura visigótica. No se sabe.
Las excavaciones iniciadas en 1935 encontraron intacta la planta mencionada de una iglesia de tres naves, muy evolucionada respecto a la original, posiblemente del siglo VIII, que explica el conjunto monumental del Leyre llegado a nosotros. Los elementos utilizados en las construcciones posteriores así lo atestiguan. Aquella iglesia original se quedó insuficiente y, tras el saqueo y demolición de Almanzor en el siglo X, Sancho III el Mayor mandó construir la actual, consagrada bajo el reinado de uno de sus nietos, Sancho IV el de Peñalén en 1057.
De la misma manera que las excavaciones atestiguan existencia de la anterior iglesia prerrománica, es de suponer que también existió un monasterio primitivo, del que San Eulogio ponderó su biblioteca en el año 848, por lo que será bastante anterior. Posiblemente, a esta construcción previa pertenezcan las piedras negras situadas en la plaza de los ábsides, con ventanas saeteras, así como las del muro norte del actual restaurante. Aires de fortaleza en una época de inestabilidad, debido a las invasiones y razzias sarracenas.
Leyre destaca por su arquitectura, y dentro de ella una de sus joyas se llama Cripta, íntimamente relacionada con el estilo prerrománico, aunque su construcción la datemos a comienzos del siglo XI, cuando el rey Sancho III el Mayor decidiera levantar una iglesia acorde con el “centro y corazón” de su Reyno tras los destrozos de Almanzor en el siglo X.
La ampliación de la iglesia monástica precisó de un presbiterio nuevo unido a los muros de la anterior iglesia prerrománica. Para elevar esta cabecera a su misma altura, se construyó primero la cripta que la cimentará a continuación.
La cripta igualó el terreno del triple ábside al de la iglesia prerrománica. Sobre la marcha, la escasa altura que tendría la cripta planteó problemas arquitectónicos para sustentar el peso del presbiterio. El más llamativo, la división en dos de la nave central, que dio origen a cuatro naves, cada una con su ventana, apreciables en los cuatro vanos exteriores situados en la parte baja del triple ábside.
Friso
San Miguel, Pantocrator entre San Pedro, San Pablo y otro apóstol, escenas del santoral local y las santas Nunilo y Alodia, tres figuras desgastadas por la erosión del agua, la puerta del infierno en forma de gran cabeza con rayos, la danza de la muerte, y Jonás y la ballena.
En el centro, sobre el arco, dos ángeles tocan trompetas que llaman al juicio final, con un esqueleto que se despereza en medio de ellos.
Enjutas
A la izquierda, San Virila con el báculo y el Libro Sagrado, y abajo un entrelazo de cordones y un hombre barbado. A la derecha, un santo mal conservado, la anunciación y la visitación, y abajo un entrelazado de vid con sarmientos y racimos.
Archivoltas
Simios delatores de lascivia, imágenes de juglaría, escenas de la vida cotidiana, oficios comunes, animales andrófobos que devoran figuras humanas, todo tipo de monstruos y animales fantásticos, bestiarios de alto contenido real, religioso y simbólico.
Pasa unos días de retiro, paz y especial encuentro con Dios compartiendo más cerca la oración litúrgica y la vida de los monjes.
Los edificios conventuales del siglo IX, ampliados y reformados en el XI tras el paso de Almanzor, amenazaban ruina. Carecían además de hospedería, enfermería y noviciado como tales. Hacía falta un monasterio nuevo, que los monjes encargaron a Juan de Ancheta en 1567. Este arquitecto de Peralta proyectó un edificio pegado al muro meridional de la iglesia, similar al del Carmen de Zaragoza, pero que sufrió diversas modificaciones en su ejecución. Las obras finalizaron en 1648, quedando un imponente y sobrio edificio de tres plantas de elegante sillería, con aire herreriano, más un piso de ladrillo claro de estilo aragonés donde alternan ventanas y ventanales ciegos. El conjunto de 53 metros por 46 queda rematado alero artesonado muy saliente.
Las estancias giran alrededor de un claustro de dos andares, que reparte en el primer piso las estancias comunes: sala capitular, biblioteca con más de cien mil volúmenes, refectorio, locutorio, y una escalera ceremonial que conduce a la iglesia y al sobreclaustro. La decoración reúne una serie de cuadros de la vida del profeta Elías, el retablo de San Bernardo, e imágenes de santos y monjes.
Destaca en la sala capitular, la sillería antigua del coro, del siglo XVI, obra de Pedro de Montravel en delicado estilo plateresco. En el sobreclaustro sobresalen dos tallas de la Virgen: la de los Remedios, del siglo XVII, obra de Juan de Berroeta, y la talla con Jesús y san Juanito en el oratorio privado de los monjes, donde también hay una imagen de San Virila con la arqueta de sus reliquias.
En el monasterio nuevo encontramos el antiguo retablo de San Benito de la benedictinas de Estella, obra de Juan III Imberto de principios del XVII, con las valiosas esculturas barrocas de San Benito y los santos Mauro y Plácido.