HISTORIA DE LEYRE

“Centro y corazón de mi Reyno”. Así denominó el rey Sancho III el Mayor al Monasterio de Leyre. Tal sentencia del más grande de los monarcas navarros, resume la importancia del más que milenario monasterio en la vida de Navarra. No es posible entender la significación de Leyre sin el Viejo Reyno, ni explicar la personalidad de Navarra sin este referente de su memorial. Cargado de historia y valores, Leyre fue declarado el primer monumento nacional de Navarra por Real Orden del 16 de octubre de 1867.

ESPEJO DEL REINO

Los diferentes momentos que Navarra y Leyre viven a lo largo de más de 1.200 años guardan un estrecho paralelismo. Desde lo que podríamos denominar la noche de los tiempos con los primeros monjes o los caudillos navarros más legendarios, pasando por la gran expansión del reino con Sancho el Mayor, las historias de uno y otro caminan de la mano. Leyre extendió sus dominios por tierras guipuzcoanas, alavesas, castellanas, riojanas y aragonesas. Los donostiarras, por ejemplo, datan el origen de su ciudad en el núcleo que surge alrededor del monasterio de San Sebastián el Viejo, priorato dependiente de Leyre.

En cambio, cuando la corona cae en manos aragonesas, el reino ahoga sus posibilidades de expansión en la Reconquista a la par que en Leyre termina el período de los obispos-abades menguando su influjo. El paralelismo de las vidas entrelazadas desde los primeros momentos llega hasta épocas recientes. Poco cuesta relacionar el cambio de dinastía en Navarra con la casa de Champaña y el cambio de observancia en Leyre con la llegada del Cister; o en el siglo XVI la nueva etapa iniciada en Navarra con su anexión a Castilla y en Leyre con el patronato regio y su posterior incorporación a la Congregación de Aragón; o la desamortización de Mendizábal de 1836 que exclaustra Leyre y deja el monasterio en ruinas, con la Ley Paccionada de 1841 que fulmina la existencia del Reyno y reduce Navarra a una provincia; y en 1979 la formación del primer Parlamento democrático de Navarra y la recuperación de la autonomía canónica del monasterio y la constitución de su propio Capítulo.
Los diferentes momentos que Navarra y Leyre viven a lo largo de más de 1.200 años guardan un estrecho paralelismo. Desde lo que podríamos denominar la noche de los tiempos con los primeros monjes o los caudillos navarros más legendarios, pasando por la gran expansión del reino con Sancho el Mayor, las historias de uno y otro caminan de la mano. Leyre extendió sus dominios por tierras guipuzcoanas, alavesas, castellanas, riojanas y aragonesas. Los donostiarras, por ejemplo, datan el origen de su ciudad en el núcleo que surge alrededor del monasterio de San Sebastián el Viejo, priorato dependiente de Leyre.

En cambio, cuando la corona cae en manos aragonesas, el reino ahoga sus posibilidades de expansión en la Reconquista a la par que en Leyre termina el período de los obispos-abades menguando su influjo. El paralelismo de las vidas entrelazadas desde los primeros momentos llega hasta épocas recientes. Poco cuesta relacionar el cambio de dinastía en Navarra con la casa de Champaña y el cambio de observancia en Leyre con la llegada del Cister; o en el siglo XVI la nueva etapa iniciada en Navarra con su anexión a Castilla y en Leyre con el patronato regio y su posterior incorporación a la Congregación de Aragón; o la desamortización de Mendizábal de 1836 que exclaustra Leyre y deja el monasterio en ruinas, con la Ley Paccionada de 1841 que fulmina la existencia del Reyno y reduce Navarra a una provincia; y en 1979 la formación del primer Parlamento democrático de Navarra y la recuperación de la autonomía canónica del monasterio y la constitución de su propio Capítulo.
Tabla de contenidos
Siglo IX-X
Siglo XI
Siglo XII
Siglo XIII-XV
Siglos XVI-XVII
Siglos XIX-XX

SIGLOS IX - X

Leyre, cuna espiritual del Reino de Navarra

LEYRE, CUNA ESPIRITUAL DEL REINO DE NAVARRA

En la mitad del siglo IX, las fuentes aseguran que en la sierra de Leyre ya existía un importante foco de vida espiritual, y es lógico que esa floreciente comunidad monástica se hubiera fraguado con el devenir de no pocos años previos. Lo atestigua, ocultada bajo la nave de la iglesia actual, la planta de una iglesia prerrománica, posiblemente carolingia, erigida a lo largo del tiempo en, al menos, tres fases: una planta única de cruz latina, a la que después se añaden dos ábsides, y finalmente completan dos naves laterales. Son restos arqueológicos de cronología indeterminada, encontrados ya por San Eulogio de Córdoba durante su estancia en el monasterio en el año 848 y que tres años más tarde relató a Wilesindo, obispo de Pamplona.
Parece sorprendido San Eulogio por la espiritualidad de Leyre, probablemente participe ya de la regla de San Benito, introducida por la reforma de Carlomagno en el concilio de Aquisgrán y llevada a cabo su hijo Ludovico Pío en la primera mitad del siglo noveno. El mismo nombre de San Salvador de Leyre como titular del monasterio situado dentro de la Marca Hispánica lo acreditaría, ya que los centros monásticos carolingios tomaban infaliblemente esta misma denominación.

San Eulogio nos habla de una comunidad con “varones muy señalados en el temor de Dios” dirigida por el abad Fortún, cuya biblioteca curioseó topando en ella con una biografía de Mahoma que él no conoció en la capital de Al-Andalus, y de la que los monjes le hicieron una copia que se llevó junto a otros títulos. Todo indica ya que Leyre era el principal monasterio de Navarra, hecho que corroboran las fundaciones monacales vinculadas a él y, sobre todo, su relación con la naciente corona pamplonesa.
Las primeras casas regias del Viejo Reyno, la Arista y la Jimena, oriundas de la comarca de Sangüesa, cercana a Leyre, guardan relación con los primeros muros legerenses. Además de la irradiación espiritual y cultural de los monjes, coincidieron con éstos en la sierra, casi inaccesible, como extraordinario observatorio y lugar de repliegue guerrero. Allí donde los monjes se retiraron a una vida de silencio, trabajo, oración y contemplación, aquellos señores nobles encontraban una atalaya defensiva privilegiada, que abarca desde la Jacetania hasta la Navarra media, desde Pirineos hasta primeros perfiles de sierras castellanas.
Así, la incipiente corona navarra y los monjes de Leyre unieron sus destinos. Los vestigios lo aseguran. Para denominar la fachada y primer piso de la hospedería actual, donde abundan las ventanas saeteras, seguramente anteriores al siglo XI, la tradición local todavía conserva los nombres de Palacio Real y Palacio Episcopal, confirmando la estrecha relación entre el monasterio y sus abades con los reyes y obispos de Pamplona. Esto resultaba muy habitual en la Edad Media europea, y más en España, donde en época de Reconquista, los diferentes reinos cristianos buscaron su legitimación en estos focos de irradiación cultural y religiosa.

SIGLOS IX-X

Leyre, cuna espiritual del Reino de Navarra

El primer panteón real

EL PRIMER PANTEÓN REAL

La escasa documentación conservada previa al siglo XI deja constancia de visitas puntuales de todos los primeros reyes navarros con motivos señalados, sin que lógicamente relaten visitas rutinarias, habituales en un lugar querido, apreciado y con estancias reales propias. Los documentos que sobrevivieron a incendios o saqueos, caso de los de Almanzor y su hijo Abd-Al-Malik, hablan también de continuadas donaciones de la realeza, a través de las cuales Leyre extiende su influencia, consolida su referencia preminente, y alcanza la condición de monasterio de tutela y patronato regio.

Entre los primeros reyes de la casa Arista destaca el hecho de que Fortún Garcés, abuelo de Abd-El-Rahman III, decidió retirarse al monasterio para terminar su vida como monje, una vez depuesto por Sancho I. Así abrió paso en 905 la dinastía Jimena, que fijó la personalidad como reino, todavía más anclado a Leyre como su cuna espiritual, acrecentada con el ascenso de la monarquía navarra en el contexto peninsular durante los siglos XI y XII. No podía ser de otra forma.
Desde los albores del Reyno, Leyre es el primer panteón real así erigido por la dinastía Arista en el siglo IX (Jimeno Iñiguez ‘El Fuerte’, Iñigo Arista, García Iñiguez y Fortún Garcés). En cambio, hubo un paréntesis al inicio de la casa Jimena, ya que presumiblemente Sancho Garcés I y su hijo García Sánchez I pudieron enterrarse en Monjardín. No así sus sucesores, Sancho Garcés II y García Sánchez I, al igual que reinas e infantes, caso de Ramiro Garcés, orlado rex como todos los hijos de reyes en la monarquía pamplonesa.

Sancho III el Mayor, el gran mecenas de Leyre, parece que fue enterrado en San Salvador de Oña por voluntad de su esposa (cuyo padre fundó dicho monasterio). Pero si parece lo más probable que Sancho el de Peñalén terminara sepultado en Leyre. Curiosamente, ya en el siglo XVI, cual canto del cisne, los últimos monarcas de Navarra, Catalina de Foix y su marido Juan III, optaron por Leyre para sus hijos Andrés Febo y Martín, suerte que ellos no gozaron, inhumados en Lescar, junto a Pau.

SIGLOS XI

LAS EXPANSIONES DEL REYNO Y LEYRE

Sancho III el Mayor (1004-1035), el rey que puso a Navarra en el mapa europeo, también tomó medidas de enorme calado sobre Leyre, hasta convertirse en su gran benefactor. Aquí se formó y estudió, y a cuyo abad Sancho llamaba “mi señor y maestro”. Su hijo García el de Nájera y su nieto Sancho el de Peñalén consolidaron su legado. La trágica muerte del segundo en 1076 dio paso a un paréntesis en el cual Navarra compartió corona con Aragón. La construcción de la iglesia abacial testifica el engrandecimiento del monasterio con Sancho III y sus descendientes directos.

Efectivamente, la antigua iglesia prerrománica necesitaba reforma urgente, maltrecha tras las razzias musulmanas de Almanzor (siglo X). La primera gran obra acometida, consagrada en 1057, consistió en la cripta y la cabecera románica de tres ábsides, unida a los anteriores muros prerrománicos. La segunda reforma, consagrada en 1098 con todavía mayor pompa que la anterior, derribó la construcción prerrománica, para trazar la nave que hoy conocemos, si bien con techumbre de madera.
También Sancho III celebró en Leyre un concilio para reformar la diócesis desde aquí. A lo largo del siglo XI de Leyre salieron cinco obispos: uno para Álava y cuatro para Pamplona, cuatro de los cuales fueron a la vez abades del monasterio. También Leyre introdujo o reafirmó la Regla de San Benito, según el espíritu cluniacense en los 300 monasterios navarros, e integró los fundados por laicos en el ordo benedictino, aquí dependiente del episcopado pamplonés. No de Cluny, algo que trajo después graves consecuencias. Además, el Rey Mayor saneó y organizó el Camino de Santiago francés, con cuatro monasterios en Ibañeta, Roncal o Salazar dependientes de la tradición hospitalaria de Leyre.

La impronta de Sancho III, que alcanzó decisiones como la elección del abad por los monjes, menguó con la entrada de los reyes aragoneses tras el asesinato de Sancho el de Peñalén (1076). Ya el primero, Sancho Ramírez, introdujo la Reforma Gregoriana que implantaba el rito romano en la liturgia, el reajuste de estructuras diocesanas y monásticas. Con la llegada del legado pontificio Frotardo en 1083 quedó el monje Pedro de Roda al frente de la diócesis de Pamplona y Raimundo como abad en Leyre, separando ambas instituciones.
Indican los archivos, ahora más nutridos, que la relación entre Leyre y la corona nunca volvió a ser la misma, aunque las donaciones reales continuaran y se triplicaran las nobiliares. El Becerro antiguo contiene 275 documentos (842-1167). De los apenas ocho documentos del X o el centenar del XI, pasamos a los 198 de entre 1083-1134. Es una pena la mucha documentación de Leyre perdida, y más comparada con los cartularios de otros cenobios. El hecho de encontrar unos textos del comediógrafo latino Terencio, demuestra lo mucho desaparecido también de cultura profana.

Leyre fue el único monasterio que, según el Fuero General de Navarra, obtuvo jurisdicción sobre todos sus villanos. Alcanzó su máxima extensión patrimonial durante los 40 años del mandato del abad Raimundo, el artífice de la Porta Speciosa. La documentación constata 62 villas con su palacio e instalaciones anejas, 86 monasterios (12 habitados por monjes, la mayoría iglesias sin coto redondo), 66 iglesias pirenaicas o de las cuencas prepirenaicas, 281 hereditas (bienes con que vivían un infanzón o un pechero, con su derecho al aprovechamiento de comunales), además de montes, pastos, y campesinos trabajadores.

SIGLOS XII

CAMBIAN LOS TIEMPOS. MENGUA LA INFLUENCIA DE LEYRE

La sociedad iniciaba el renacer de las ciudades, el gótico sustituía al románico, se elevaban las catedrales urbanas con sus escuelas, en detrimento de los monasterios rurales. En fin, llegaron nuevas órdenes religiosas de rápida expansión, y también órdenes militares o fundaciones asistenciales tipo Roncesvalles. Las nuevas casas reales francesas, pese a su patronazgo sobre Leyre, se mostraron más interesadas en la construcción de las catedrales de Pamplona (1127) o Tudela (1168), la modernización de las estructuras del reino, la creación de la Cámara de Comptos o sus palacios de Estella u Olite.
En tal contexto, la intromisión del obispado, ávido del patrimonio monacal legerense, abrió una crisis secular que los monarcas aragoneses trataron de atemperar, pero que estalló abiertamente tras la muerte de Alfonso el Batallador (1134). Ya el nuevo monarca García Ramirez el Restaurador, discriminó a Leyre con el pago de 170 marcos de plata, que devolvió de forma engañosa, al tiempo que el monasterio perdía su dominio en la Ribera o era desplazado de Pamplona. Poco parece que mediaran después Sancho VI el Sabio y Sancho VII el Fuerte.

Para recortar el papel de Leyre, el obispado introdujo nuevas órdenes y reforzó su jurisdicción con bulas papales. Once papas intervinieron en un proceso que cerró Inocencio III en 1198 al reconocer a Leyre su autonomía interna, junto la propiedad y posesión de sus bienes como entidad propia, aunque bajo la jurisdicción episcopal. Los monjes elegían su abad, pero el obispo podía deponerle. A comienzos del siglo XIII, Leyre entraba en la circunscripción benedictina Tarraconense-Cesaraugustana, pero sin la exención episcopal ni la vinculación directa a Roma desde Cluny.

SIGLOS XIII-XV

LLEGADA DE LAS DINASTÍAS FRANCESAS A NAVARRA Y DEL CISTER A LEYRE

Los problemas se agudizaron con la llegada a Navarra de las casas regias francesas, la primera la de Champaña. La comunidad monástica, con cien monjes en el siglo XI, pasó de 80 a 10 desde el último tercio del XII al primero del XIII. Visto la situación, el abad Domingo de Mendavia pidió al papa Gregorio IX en 1236 incorporar Leyre a la observancia de los monjes blancos del Císter, los reformados por San Bernardo, llegados a España un siglo antes, ya establecidos en la Oliva y Fitero, y por entonces con 730 monasterios europeos.
La comunidad benedictina, que no compartió la llegada del Císter, quedó abandonada a su suerte durante setenta años de enrevesadas disputas, en las que hasta cuatro veces regresaron los benedictinos a Leyre para, a continuación, verse obligados a abandonarlo. Intervinieron los reyes Teobaldo I y Teobaldo II, ‘comprados’ por unos, y Enrique I por otros, en un litigio donde tomaron parte papas, obispos, abades, abadías, emisarios, jueces, nobles, seglares de a pie... y reyes, caso de Jaime I de Aragón, en favor de unos o Felipe IV de Francia, que dio el carpetazo final y en 1300 entregó el monasterio al Císter.

Las disputas empobrecieron Leyre en cuanto a prestigio y patrimonio material y documental. Una vez instalados los monjes blancos cambiaron muchos aspectos de la vida del monasterio, vinculado al abad francés de Scala Dei como Padre inmediato y puesto ahora bajo la titularidad de San Salvador y la Virgen María, como ya quiso el abad Raimundo dos siglos antes.
La relación con los reyes de Navarra siguió basada en deferencias recíprocas, entre patronazgo real y fidelidad abacial. Lo demuestran la confirmación de protección del capeto Luis de Hutin a comienzos del siglo XIV o de Carlos III, de la casa de Evreux, quien, a cambio, recibió el juramento de fidelidad monacal en 1407. El rey Noble donó 200 florines para que todos los lunes se celebrara aquí una Misa por su alma.

El abad de Leyre, que tuvo asiento en las Cortes de Navarra en representación del Clero, percibió también la colaboración regia en exenciones fiscales. El monasterio contaba entonces con una veintena de monjes por la dificultad de mantener a más. Las actividades ganaderas, o el cobro de arriendos no resultaban suficientes para superar la nueva crisis económica derivada de la Peste Negra de 1348, que costó atajar casi dos siglos. La posterior recuperación económica permitió construir la bóveda tardogótica de la iglesia abacial, que sustituyó a la antigua techumbre románica de madera.

Dentro de las disputas entre agramonteses y beamonteses, antesala de la desaparición del Reyno como tal, el monasterio, terminó posicionándose en el bando agramontés.

SIGLOS XVI-XVIII

NAVARRA UNIDA A CASTILLA Y ARAGÓN, Y LEYRE A LA CONGREGACIÓN DE ARAGÓN

Años más tarde, concluida la conquista y anexión de Navarra, el abad Miguel de Leache reconoce a Fernando el Católico en 1513, al que le reclama la preminencia de Leyre entre los monasterios navarros. Curiosamente, tiempos tan revueltos dan paso con los Austrias a una larga época de estabilidad política en la que Carlos I confirma en 1528 los privilegios otorgados por sus predecesores, y Felipe II inicia una reforma monástica que asegurará la continuidad de la vida monacal.
El rey Prudente nombró abad al carmelita Pedro de Usechi con quien estableció la división de rentas del monasterio en tres partes (abad, comunidad y fábrica), fijó la comunidad en veinte monjes bajo la regla de San Benito, y comenzó el proceso de reorganización del monacato que terminaría con los cinco monasterios cistercienses de Navarra (Leyre, La Oliva, Fitero, Iranzu y Marcilla) en una próspera congregación conjunta con los aragoneses, presidida en varias ocasiones desde Leyre. Felipe II quería que los cenobios españoles formaran congregaciones propias para no depender de superiores extranjeros.

Fruto de este periodo de estabilidad es el monasterio nuevo en el que hoy viven los monjes. El edificio viejo (la hospedería actual) presentaba un aspecto deficiente y quedó para servicios comunes, caso del horno. El abad Usechi y la comunidad decidieron en 1567 el inicio de las obras, que culminaron en 1648 con la bendición de las nuevas instalaciones. En el terreno institucional, los abades legerenses presidieron la Diputación de Navarra de forma regular a lo largo del siglo.
El Císter concentró sus posesiones monásticas en la comarca. Vendió tierras, bienes y derechos en Aragón o Castilla, mientras adquirió nuevas posesiones vecinas con que sufragaba la vida de una treintena de monjes y hermanos, atendía a los miles de pobres que se acercaban, y contrató maestros para formar académicamente a niños de la zona. Un paréntesis rompió la calma, la Guerra de Sucesión española, en la que Navarra tomó partido por Felipe V, mientras Aragón lo hizo por el Archiduque Carlos. A Leyre le pilló en medio, en la frontera, y por sus muros pasaron las huestes de unos para incendiar y saquear, y los otros en feliz acogida.

SIGLOS XIX-XX

La milenaria Historia hecha añicos

LA MILENARIA HISTORIA HECHA AÑICOS

Los incendios, sucesivos saqueos y periodos de inestabilidad habían dado al traste con los fondos documentales y bibliográficos propios más preciados, una constante en su vida monástica. No obstante, la biblioteca de Leyre, “única en su género”, contaba 2.397 volúmenes en 1820. Sin embargo, este inventario no anunciaba vida, sino la muerte de la abadía vía desamortización.

Leyre sufrió tres desamortizaciones. La primera de Napoleón y su hermano José I, cuyo decreto de 1809 suprimía todas las órdenes religiosas e incautaba sus bienes. El monasterio fue saqueado y los monjes fueron obligados a abandonarlo. Cinco años duró el exilio, ya que el rey Fernando VII, repuesto en 1814, abolió las reformas napoleónicas. El segundo destierro vino seis años después, al inicio del Trienio Liberal (1820-1823). De nuevo inventarios, expolio (si bien contenido en este caso), exclaustración y abandono hasta el final del periodo indicado.
La tercera y definitiva desamortización llegó en 1836 con Juan de Dios Álvarez Méndez, Mendizábal. El 16 de febrero fue disuelta la comunidad de once sacerdotes, dos coristas y cinco legos con su prior Cosme Iroz al frente. A los nuevos inventarios siguieron las subastas, que entre 1838 y 1864 liquidaron todo el patrimonio, vendido en bloques que los pequeños propietarios no podían costear y que los más pudientes compraron a precio muy por debajo de su valor real.

Los efectos de la desamortización resultaron lamentables. Además de la infinita pérdida cultural, el estado cargó con los exclaustrados, agravó las diferencias sociales, y también aumentó el descontento de los arrendatarios, ahora con dueños más exigentes. Lo litúrgico se salvó en buena parte al ir a parar al arzobispado de Pamplona.
Faltaba vender las venerables ruinas del inmueble, en junio de 1867 puesto en subasta por apenas 8.000 reales, el valor calculado del derribo de sus materiales de construcción aprovechables. Fue adjudicado por 8.400 al mes siguiente a Pedro García de Goyena, vecino de Pamplona. La milenaria Historia hecha añicos.

Los huesos de los Reyes de Navarra, desperdigados por la nave de la iglesia, convertida en corral de ovejas trashumantes, como sus crujías en lumbre de los pastores. No se pudo caer más bajo, pero afortunadamente no resultó un punto final. Por Real Orden del 16 de octubre del mismo año, Leyre fue declarado el primer monumento nacional de Navarra. La subasta quedó sin efecto.

La milenaria Historia hecha añicos

MUERTE Y RESURRECCIÓN

Había que recuperar la Historia piedra a piedra, restaurar las ruinas, devolverles su esplendor, congraciar a los muros con la vida monacal olvidada, y a Navarra con su fábrica de referencia. Un tortuoso camino por recorrer. Para reencauzar el desastre provocado por Mendizábal, fueron creadas en 1844 las comisiones provinciales y central de monumentos históricos y artísticos, que en el caso de Navarra se limitó a informar del deterioro de uno de sus principales referentes.

Navarra carecía de medios. La exclaustración de Leyre vino acompañada de la Ley de Paccionada de 1841, por medio de la cual Navarra no conservaría ni el virrey. Se vio reducida de facto a una provincia más, despojada de títulos y su personalidad histórica. Poco se diferenciaba ahora el Viejo Reyno de las ruinas de Leyre, sometidas además al saqueo de buscadores de tesoros o vecinos avaros de vigas, puertas o sillares gratuitos con que labrar sus nuevas casas.

La primera medida para detener el deterioro del monasterio la dictó el gobernador civil Gregorio Pesquera, quien ordenó al alcalde y al párroco de Yesa recoger los restos de los reyes, que depositaran en un arcón y guardaron en la iglesia de Yesa el 17 de aquel mismo mayo de 1863. El gobernador, la Diputación, la Comisión de Monumentos y el Obispado se personaron en las ruinas, ordenaron tapiar los accesos y encargaron la custodia al guarda del monte a cambio de la utilización de la casa del horno.

Al menos hubo interés por frenar el deterioro, constatable también en los informes enviados desde Navarra a la Real Academia de San Fernando, encargada del patrimonio desde 1865. Uno de aquellos informes redactado por Rafael Gaztelu, motivó la declaración de monumento nacional y el apoyo al sacerdote Hermenegildo Oyaga y Rebolé, nacido en Liédena, en su empeño por recuperar el culto a Dios en la antigua iglesia abacial.

Como en la Comisión de Monumentos sólo existía presupuesto para impedir los derrumbes, la propuesta de restauración presentada por Hermenegildo Oyaga, nombrado titular de la vacante de párroco de Yesa para desarrollarla, recibió 4.000 reales al año siguiente. Además de recuperar la iglesia y cripta, este providencial entusiasta rescató retablos y cuantas piezas pudo de las repartidas por parroquias y casas de la zona.

Una gran fiesta devolvió el culto a Leyre el 29 de abril de 1875. Los vecinos de Yesa colaboraron con la devolución del crucifijo gótico y la arqueta con los restos de los reyes. Pero faltaba mucho por hacer. Al fin, la Real Academia de San Fernando acogió el encargo, aunque con demasiada calma. Envió un arquitecto para proyectar la restauración, y presupuestó en 1888 las obras en 120.915,68 pesetas, realizadas en dos fases entre 1892 y 1915, año en que la arqueta con los restos regios fue colocada en el mausoleo actual, diseñado por Florencio Ansoleaga.

Dos tareas faltaban por hacer: la restauración de las instalaciones monásticas y dotar de utilidad a la fábrica restaurada. Fueron barajados diversos proyectos: seminario de misioneros, parador de alpinistas, seminario de verano o recuperar la vida monástica benedictina con monjes de Monserrat o Santo Domingo de Silos. Fue ésta última la opción que prevaleció, gracias a las gestiones del obispo Marcelino Olaechea y la Diputación. Bajo el proyecto de José Yárnoz, las obras del monasterio nuevo comenzaron en 1948 con el desescombro de las ruinas.

Lo demás pertenece a la historia más reciente. El 11 de noviembre de 1954 una nueva comunidad benedictina procedente de Silos restauró la vida monástica. Siete años después, la Santa Sede concedió el título abadía, y la Diputación hizo un convenio entregando el monasterio de todos los bienes. Finalmente, en 1979, lograda la autonomía jurídica del monasterio, los monjes eligieron como primer abad después de la restauración a Dom Augusto Pascual, anteriormente prior, y que había integrado el grupo de los restauradores en 1954.

Más de 1.200 años después el mundo ha cambiado sustancialmente, aunque la vida monástica en Leyre poca diferencia encuentra con la de sus primeros monjes. Como ayer, personas elegidas por Dios se retiran a un lugar montaraz para una vida contemplativa con el Creador, un lugar suspendido entre el cielo y la tierra, con un clima de altura recio y tonificante, donde resulta fácil dialogar con la eternidad. Las piedras que fueran cuna espiritual del Reyno emergen en la sierra eterna, gracias a que Navarra y los navarros saben reconocer y valorar su mejor Historia.

SANTOS Y ADVOCACIONES

La historia del monasterio va unida a la vida de tres personajes importantes: las hermanas Santa Nunilo y Santa Alodia y el abad San Virila.

Los personajes históricos de Nunilo y Alodia están demostrados, no así lo que respecta a su lugar de nacimiento, edades, lugar de ejecución y otros aspectos que no están resueltos todavía, pero que para el grueso de la historia que queremos contar no afectan gravemente. La historia de las santas está recogida en el conocido "Pasionario de Cardeña" fechado a finales de siglo XI que a su vez está tomado de algún códice hoy desaparecido anterior al 880 escrito por algún eclesiástico mozárabe presente en el juicio o cercano a el.

SANTAS VÍRGENES NUNILO Y ALODIA

Nunilo y Alodia eran dos hermanas de 14 y 18 años nacidas en Adahuesca (Huesca), de padre musulmán y madre cristiana. El 21 ó 22 de octubre del 851 fueron decapitadas en Alquezar (Huesca) por persistir en sus creencias cristianas y por tanto son consideradas mártires y santas de la Iglesia. Sus cuerpos fueron primeramente abandonados y más tarde escondidos por los cristianos de la zona. El hecho de que las mártires tuvieran padre musulmán les obligaba por ley a practicar dicha religión, el no hacerlo les condenaba por delito de apostasía a la pena capital.
La reina Oneca de Pamplona conocedora de la historia de las santas, procedió a buscar los cuerpos de las mártires. Las plegarias de la reina y de los monjes de Leyre obtuvieron sus frutos y así en el 880 los cuerpos de las santas mártires que habían sido encontradas milagrosamente pudieron descansar en el Monasterio de Leyre hasta 1836 en que los restos fueron llevados a su localidad natal de Adahuesca. Durante el tiempo que permanecieron en Leyre sus restos estuvieron en una arqueta de marfil de procedencia persa y su devoción fue muy grande en todo el Reino de Navarra.

El abad San Virila

La historia de San Virila está recogida en las crónicas cistercienses del siglo XII. San Virila (Tiermas [Zaragoza] 870 - Leyre 950) era abad de Leyre en el año 928. Un día que se encontraba en el bosque cercano al monasterio meditando sobre el gozo de la eternidad, se quedó maravillado al escuchar el canto de un pájaro. Se quedó extasiado por unos momentos con el canto del pajarillo y a continuación volvió al monasterio. Cual sería su sorpresa que al llamar a las puertas del monasterio el monje que guardaba la portería no supo reconocerlo.

Hechas las averiguaciones correspondientes, se supo que hubo un abad Virila pero que había desaparecido sin dejar rastro hace trescientos años y es que el monje habia permanecido en éxtasis durante todo ese tiempo. La fama del abad, del monasterio y del milagro traspasó las fronteras del reino y aún de la península y ha sido recogida con múltiples variantes. En el bosque cercano, en el lugar donde ocurrieron los hechos en la actualidad se levanta una fuente con una imagen de San Virila, como recuerdo imperecedero del milagro.

Los restos de San Virila, del que no hemos comentado que es un personaje rigurosamente histórico, permanecieron en el monasterio hasta 1836 en que los monjes tuvieron que salir del mismo con motivo de la Desamortización de Mendizabal. Entonces fueron llevados a la Catedral de Pamplona donde permanecen hoy día un tanto olvidados.

Santa María de Leyre

El monasterio de Leyre fue fundado con el título de San Salvador. Pero Santa María, su Madre, siempre se ha hecho sentir con fuerza en este milenario cenobio. Un hito importante de esta devoción a María fue la rotunda disposición del abad Raimundo de que la gran ampliación de la iglesia abacial (año 1098) fuera consagrada in honorem Sanctissimi Salvatoris et beatissimae Virginis Mariae, «en honor del Santísimo Salvador y la bienaventurada Virgen María».

A la grandeza de su abadiato, Raimundo sumo una piedad y celo mariano sobresaliente. Con la llegada del cister a partir del siglo XIII la figura de María cobrará mayor asiento y nuevo esplendor en el monasterio. La preciosa talla, pieza superviviente del retablo mayor de la iglesia abacial, nos da buen testimonio de ello. Succisa virecxit, «lo talado reverdece». La Providencia dispuso que aquel primer grupo de monjes enviados a restaurar la vida monástica en Leyre destacaran por su amor a la Virgen. Corría el año 1954. Se acababa de definir el dogma de la Asunción de Maria en cuerpo y alma a los cielos. Se juzgó que era un año óptimo para reinstaurar la vida en Leyre: ¡todo en manos de María! Pasaban los meses y se iba adentrando el invierno. Y todavía sin luz, ni agua, ni carretera y casi sin nada, los monjes benedictinos ya estaban instalados en Leyre antes de que acabara el año mariano.

Como María en el Portal de Belén fueron con lo puesto y lo que les prestaron. No faltaron “pastores” con sus dones. Y hasta llegaron numerosas niñas que querían llamarse Leyre, María de Leyre. Hacía falta, pues una imagen que fuera digna patrona de tantas Leires o Leyres. Era cuestión de devoción y empatía. Se abría una nueva página en la milenaria historia legerense. Y se labró una talla neorrománica: su maternal mirada, serena y majestuosa llena la iglesia. Tiene el niño ―un pequeño san Salvador― sobre sus rodillas: nos lo muestra, pues es el fruto bendito de su vientre. Los monjes la veneran con filial devoción y son muchos los fieles que le reconocen gracias especiales, sobre todo las madres de familia. Su fiesta se celebra el 9 de julio.

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