“Centro y corazón de mi Reyno”. Así denominó el rey Sancho III el Mayor al Monasterio de Leyre. Tal sentencia del más grande de los monarcas navarros, resume la importancia del más que milenario monasterio en la vida de Navarra. No es posible entender la significación de Leyre sin el Viejo Reyno, ni explicar la personalidad de Navarra sin este referente de su memorial. Cargado de historia y valores, Leyre fue declarado el primer monumento nacional de Navarra por Real Orden del 16 de octubre de 1867.
La primera medida para detener el deterioro del monasterio la dictó el gobernador civil Gregorio Pesquera, quien ordenó al alcalde y al párroco de Yesa recoger los restos de los reyes, que depositaran en un arcón y guardaron en la iglesia de Yesa el 17 de aquel mismo mayo de 1863. El gobernador, la Diputación, la Comisión de Monumentos y el Obispado se personaron en las ruinas, ordenaron tapiar los accesos y encargaron la custodia al guarda del monte a cambio de la utilización de la casa del horno.
Al menos hubo interés por frenar el deterioro, constatable también en los informes enviados desde Navarra a la Real Academia de San Fernando, encargada del patrimonio desde 1865. Uno de aquellos informes redactado por Rafael Gaztelu, motivó la declaración de monumento nacional y el apoyo al sacerdote Hermenegildo Oyaga y Rebolé, nacido en Liédena, en su empeño por recuperar el culto a Dios en la antigua iglesia abacial.
Como en la Comisión de Monumentos sólo existía presupuesto para impedir los derrumbes, la propuesta de restauración presentada por Hermenegildo Oyaga, nombrado titular de la vacante de párroco de Yesa para desarrollarla, recibió 4.000 reales al año siguiente. Además de recuperar la iglesia y cripta, este providencial entusiasta rescató retablos y cuantas piezas pudo de las repartidas por parroquias y casas de la zona.
Una gran fiesta devolvió el culto a Leyre el 29 de abril de 1875. Los vecinos de Yesa colaboraron con la devolución del crucifijo gótico y la arqueta con los restos de los reyes. Pero faltaba mucho por hacer. Al fin, la Real Academia de San Fernando acogió el encargo, aunque con demasiada calma. Envió un arquitecto para proyectar la restauración, y presupuestó en 1888 las obras en 120.915,68 pesetas, realizadas en dos fases entre 1892 y 1915, año en que la arqueta con los restos regios fue colocada en el mausoleo actual, diseñado por Florencio Ansoleaga.
Dos tareas faltaban por hacer: la restauración de las instalaciones monásticas y dotar de utilidad a la fábrica restaurada. Fueron barajados diversos proyectos: seminario de misioneros, parador de alpinistas, seminario de verano o recuperar la vida monástica benedictina con monjes de Monserrat o Santo Domingo de Silos. Fue ésta última la opción que prevaleció, gracias a las gestiones del obispo Marcelino Olaechea y la Diputación. Bajo el proyecto de José Yárnoz, las obras del monasterio nuevo comenzaron en 1948 con el desescombro de las ruinas.
La historia de San Virila está recogida en las crónicas cistercienses del siglo XII. San Virila (Tiermas [Zaragoza] 870 - Leyre 950) era abad de Leyre en el año 928. Un día que se encontraba en el bosque cercano al monasterio meditando sobre el gozo de la eternidad, se quedó maravillado al escuchar el canto de un pájaro. Se quedó extasiado por unos momentos con el canto del pajarillo y a continuación volvió al monasterio. Cual sería su sorpresa que al llamar a las puertas del monasterio el monje que guardaba la portería no supo reconocerlo.
Hechas las averiguaciones correspondientes, se supo que hubo un abad Virila pero que había desaparecido sin dejar rastro hace trescientos años y es que el monje habia permanecido en éxtasis durante todo ese tiempo. La fama del abad, del monasterio y del milagro traspasó las fronteras del reino y aún de la península y ha sido recogida con múltiples variantes. En el bosque cercano, en el lugar donde ocurrieron los hechos en la actualidad se levanta una fuente con una imagen de San Virila, como recuerdo imperecedero del milagro.
El monasterio de Leyre fue fundado con el título de San Salvador. Pero Santa María, su Madre, siempre se ha hecho sentir con fuerza en este milenario cenobio. Un hito importante de esta devoción a María fue la rotunda disposición del abad Raimundo de que la gran ampliación de la iglesia abacial (año 1098) fuera consagrada in honorem Sanctissimi Salvatoris et beatissimae Virginis Mariae, «en honor del Santísimo Salvador y la bienaventurada Virgen María».
A la grandeza de su abadiato, Raimundo sumo una piedad y celo mariano sobresaliente. Con la llegada del cister a partir del siglo XIII la figura de María cobrará mayor asiento y nuevo esplendor en el monasterio. La preciosa talla, pieza superviviente del retablo mayor de la iglesia abacial, nos da buen testimonio de ello. Succisa virecxit, «lo talado reverdece». La Providencia dispuso que aquel primer grupo de monjes enviados a restaurar la vida monástica en Leyre destacaran por su amor a la Virgen. Corría el año 1954. Se acababa de definir el dogma de la Asunción de Maria en cuerpo y alma a los cielos. Se juzgó que era un año óptimo para reinstaurar la vida en Leyre: ¡todo en manos de María! Pasaban los meses y se iba adentrando el invierno. Y todavía sin luz, ni agua, ni carretera y casi sin nada, los monjes benedictinos ya estaban instalados en Leyre antes de que acabara el año mariano.
Como María en el Portal de Belén fueron con lo puesto y lo que les prestaron. No faltaron “pastores” con sus dones. Y hasta llegaron numerosas niñas que querían llamarse Leyre, María de Leyre. Hacía falta, pues una imagen que fuera digna patrona de tantas Leires o Leyres. Era cuestión de devoción y empatía. Se abría una nueva página en la milenaria historia legerense. Y se labró una talla neorrománica: su maternal mirada, serena y majestuosa llena la iglesia. Tiene el niño ―un pequeño san Salvador― sobre sus rodillas: nos lo muestra, pues es el fruto bendito de su vientre. Los monjes la veneran con filial devoción y son muchos los fieles que le reconocen gracias especiales, sobre todo las madres de familia. Su fiesta se celebra el 9 de julio.