VIDA MONÁSTICA

“Vamos a instituir una escuela del servicio divino” (Regla de San Benito)

VIVIR PARA DIOS

Los monasterios de vida contemplativa, cuyos miembros se dedican a Dios en exclusiva, ocupan siempre un lugar eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que no todos los miembros tienen la misma función. De esta manera, son manantial de gracias celestiales y honor de la Iglesia, a la que hacen crecer con una misteriosa fecundidad (Vaticano II).

I. - EN LA ESCUELA DE SAN BENITO

¿QUE ES UN MONJE BENEDICTINO? 

Un monje es un cristiano especialmente atraído por el misterio de Dios, que se siente movido a vivir en una mayor intimidad con Él y a entregarse del todo a su servicio. Intuye en su corazón que sólo el amor y el seguimiento a Jesucristo va dar pleno sentido a su vida. Y, para potenciar más su vida espiritual, abraza unos medios muy concretos: el marco de un monasterio, la hermandad con otros monjes, la guía de un abad y un programa de vida según la Regla de san Benito.

¿QUIÉN ES SAN BENITO?

San Benito es el Padre y Maestro de los monjes de Occidente. Nació hacia el 480 en Nursia (Italia). Lleno del Espíritu de Dios, se retiró del mundo desde joven para no poner en peligro su alma. Deseando agradar sólo a Dios, vivió primero como ermitaño y, luego, fundó para sus discípulos 12 pequeños monasterios en las inmediaciones de Subiaco. Discerniendo la voluntad de Dios en las contradicciones que estaba sufriendo, dejó Subiaco y se instaló en Montecasino, donde llevó a cabo un nuevo proyecto de vida monástica netamente cenobítica. Allí murió en el 547, dejando escrita una célebre Regla que sigue sirviendo de referencia a miles de monjes y monjas en todo el mundo. El estilo de vida diseñado en su Regla, y la oración y trabajo de sus monjes, forjarán la cultura europea y la civilización occidental, lo que mereció que el papa san Pablo VI lo nombrara Patrono de Europa.

¿QUÉ ES LA REGLA DE SAN BENITO?

La santa Regla es un texto legislativo y espiritual a la vez, escrito por san Benito en el siglo VI para ordenar y orientar espiritualmente la vida de sus monjes. Heredero de una tradición monástica que se remonta a los primeros siglos de la Iglesia y que tiene su fuente en el Evangelio, san Benito diseña un ideal de vida monástico centrado en el amor y el seguimiento de Cristo, a ritmo de un equilibrado ora et labora, «reza y trabaja». A lo largo de los siglos, la Regla se ha hecho célebre por su sabiduría y discreción. Mediante el cumplimiento de la Regla con la ayuda de Dios, el monje se va encaminando a la perfección del amor y a la patria celestial. En nuestro monasterio, cada día, al caer la tarde, se lee un fragmento de la santa Regla en la Sala capitular.

¿QUE ES UN MONASTERIO EN LA MENTE DE SAN BENITO? 

San Benito concibe el monasterio como un hogar de Dios, donde habita la familia monástica, a cuya cabeza está el abad, como padre y maestro, que hace las veces de Cristo y guía a sus hermanos. Para san Benito, el monasterio es, ante todo, un lugar donde se busca a Dios y una escuela en la que se aprende a servir al Señor tomando por guía el Evangelio. El monasterio es, también, un taller en el que los hermanos se ejercitan en las virtudes, principalmente: el silencio, la escucha de Dios, la oración, la obediencia, la humildad, la paciencia, el orden y la caridad o «buen celo» en la vida fraterna.

¿QUE ES LA ORDEN DE SAN BENITO?

Los monasterios que siguen la Regla de san Benito y lo veneran como Padre ―los benedictinos― gozan de plena autonomía canónica y tienen su personalidad propia. Pero se agrupan entre sí según su tradición histórica y espiritual para ayudarse material y espiritualmente. Estas distintas agrupaciones de monasterios se llaman Congregaciones benedictinas. A su vez, las Congregaciones se confederan entre sí y conforman la Orden de San Benito.

Nuestra abadía de Leyre pertenece a la Orden de san Benito siendo miembro de la Congregación de Solesmes, fundada por Dom Guéranger en el siglo XIX. Nuestra Congregación tiene como carisma propio que sus monasterios se ordenen íntegramente a la contemplación. Sus monjes cultivan una vida centrada en la intimidad con Cristo, la solemne y sobria celebración de la oración litúrgica, el espíritu de familia en torno al abad como padre, una mayor separación del mundo y el servicio a la propia comunidad por medio del trabajo intelectual y manual.

2.- JORNADA DEL MONJE

ORA ET LABORA

Nuestra jornada se desenvuelve al compás del ora et labora ―«reza y trabaja»―, sin que falten momentos de la vida fraterna ni el necesario tiempo libre. Nos reunimos para orar siete veces al día. La celebración de la Eucaristía y la Liturgia de las Horas u Oficio Divino jalonan la jornada desde la madrugada hasta la noche. Dedicamos otro espacio de tiempo importante a la lectio divina (lectura orante de la Palabra de Dios) y a la oración personal. Intercalándose con la oración, se distribuyen los tiempos de trabajo.

06.00 H – VIGILIAS (O MAITINES)

La oración nocturna es algo típicamente monástico. Los monjes nos levantamos antes de la aurora para velar en oración, esperando al Señor que ha de volver. Mientras el mundo duerme, los monjes permanecemos en oración aguardando a Cristo, simbolizado por el sol, antes de que finalice la noche y el día empiece a despuntar. En este oficio se alternan el rezo de salmos y la proclamación de lecturas tomadas de la Sagrada Escriiura y de los Padres de la Iglesia.

06.45 h – oración personal

Finalizadas las Vigilias, los monjes disponemos de un tiempo para lectio divina u oración personal. Ya sea en la propia celda o en la capilla, nos ponemos en presencia de Dios para escucharle y entrar en diálogo con Al a través de en Palabra o de aquellos escritos que la tradición de la Iglesia ha considerado útiles para su comprensión. Es un buen momento para meditar y rezar las lecturas de la Misa del dia y las ricas oraciones que nos presenta la líturgia de la Iglesia.

07.30 h / festivos: 08.00 h – laudes

Este Oficio se celebra con la primera luz del día y trae a la memoria el recuerdo de la Resurrección del Señor, “sol que nace de lo alto, que ilumina a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 68). Con esta alabanza matutina, se nos invita, junto con toda la creación, a alabar a Dios y a santificar la jornada. Terminado este Oficio, los monjes desayunamos juntos en el refectorio. Los días laborables, los monjes aün disponemos libremente de casi una hora antes de la Misa Conventual para arreglar la celda y preparar la Eucaristía.

09.15 h / festivos: 11.30 h – celebración eucarística

Constituye la cumbre de la jornada monástica, en la que se celebra el “memorial” de la Pascua de Cristo. En la Eucaristía se inmola de una manera incruenta el mismo Cristo que sobre el altar de la Cruz se ofreció de un modo cruento, y se nos da Él mismo como alimento de salvación. Todo converge en ella: el oficio divino, la lectio divina, la oración personal, el tmbąjo, la convivencia fraterna, la hospitalidad... Es la fuente que anima toda la vida del monje. La Misa Conventual diaria es concelebrada y cantada íntegramente en gregoriano.

10.00 h / festivos: 09.30 –tercia

Terminada la Eucaristía, nos reunimos nuevamente en el coro para cantar Tercia, hora en que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles el día de Pentecostés. Es una buena ocasión para recogerse y dar gracias a Dios por habérsenos dado en la Eucaristía. En este Oficio, y a Io largo de toda la semana, se cantan diversas divisiones del Salmo 118 —el salmo de la ley divina— porque el Espíritu Santo inscribe en nuestros corazones el mandamiento nuevo del amor.

10.30 h – trabajo

Durante la mañana cada monje es dedica a aquellos trabajos que le han sido asignados para el bien común. Cada uno tiene un cargo, encomendado por el padre Abad, para el buen funcionamiento de la casa. Mediante el trabajo —intelectual o manual—, el monje desarrolla sus capacidades humanas, las consagra a Dios, sirve a sus hermanos y colabora con las necesidades del monasterio. Los monjes jóvenes o en etapa de formación siguen los correspondientes cursos de espiritualidad, filosofía y teología, alternados con un tiempo de trabajo.

13.20 h – sexta

Ai terminar la mañana nos reunimos de nuevo en el coro para levantar, de nuevo, la mirada al Señor en medio de la jornada y ofrecerle nuestras vidas y nuestras tareas. En este Oficio nos recogemos en la hora en la que Cristo, el Señor, subió a la cruz por nuestra salvación. Los salmos que se rezan aluden a la Pasión del Señor y nos invitan a tomar la cruz de cada dia. Sexta finaliza con una antífona mariana y el rezo del Ángelus.

13.30 h – comida

Sigue el almuerzo comunitario. La comida se toma en silencio, mientras se escucha una lectura. Se trata de nutrir el cuerpo y, a la vez, alimentar el espíritu. La Regla establece también qué días son de ayuno y de abstinencia. Durance la comida, que prepara el padre cocinero, uno de nosotros lee y otros dos sirven las mesas de los monjes. Después de la comida, queda un tiempo libre para descansar, leer o pasear disfrutando de la naturaleza.

15.30 h – nona

Al comenzar la tarde celebramos el Oficio de Nona para consagrar a Dios lo que queda de la jornada: nuestros trabajos y tareas. Acudimos, de nuevo, aI Señor para que nos conceda la fuerza y gracia necesarias de permanecer en su servicio. Es la hora en la que Cristo muere en la cruz por nosotros y los salmos nos invitan a abandonarnos confiadamente en las manos de Dios en la peregrinación de esta vida.

15.45 h – trabajo

El tiempo que sigue está dedicado, de nuevo, fundamentalmente al trabajo, ya que “la ociosidad es enemiga del alma” (Regla de san Benito, 48, I). Es necesario repartir el tiempo entre las actividades de la oración y el trabajo, de modo que cada día hay dos grandes espacios dedicados al trabajo: uno por la mañana y otro por la tarde, para que “en todo sea Dios glorificado” (RB 57, 9). Las tareas son diversas: cocina, sastrería, lavandería, carpintería, pintura, preparar el refectorio, ordenar y gestionar la biblioteca, etc.

18.00 h – lectio divina

La hora que precede a las Vísperas está reservada a la lectio divina. Consiste en una lectura reposada y orante de la Sagrada Escritura o de otras páginas significativas de la Tradición cristiana. Es el momento en el que el monje es invitado a penetrar todos los días con calma y gozo interior para escuchar y responder a Dios sin testigos. El deseo de Dios de entrar en relación con los hombres a través de su palabra, apunta a entablar con ellos un diálogo; este es el fin de la lectio divina: la conversación con Dios.

19.00 h – vísperas

Cuando el día declina, los monjes volvemos a reunimos en el coro, donde la alabanza vespertina santifica el caer de la tarde. Hacemos memoria de la redención por medio de la oración que elevamos como incienso en presencia del Señor, y en la cual el alzar de nuestras manos es como ofrenda de la tarde. Damos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante la jornada y nos unimos de modo especial nl sacrificio vespertino de Cristo.

20.00 h – cena

Al finalizar la tarde, acudimos al refectorio para aliviar nuestras cuerpos después de una intensa jornada. Transcurre, como la comida del mediodía, en silencio y escuchando una lectura. La cena no deja de ser un momento de recogimiento para mantener el continuo diálogo con Dios. Para esto ayudará la lectura, la discreción en la alimentación y el silencio. El silencio, lejos de aislarnos entre nosotros, refuerza la comunión entre nosotros y se revela como una forma de comunicación alternativa a la palabra.

20.30 h – recreación comunitaria

Tras la cena tenemos un tiempo de esparcimiento todos juntos en familia. La verdadera distensión se encuentra en el adecuado equilibrio entre la soledad y la fraternidad, entre la palabra y el silencio vivo, entre la comunión con los demás y permanecer a solas con Dios. Nuestra comunidad necesita reunirse para estar, simplemente, reunida. Tiene que encontrarse durante un tiempo dedicado a la sola relación fraterna. Así pues, nos juntamos a1 final de la jornada para escucharnos entre nosotros y compartir un rato de familia.

21.00 h – capítulo

La comunidad se reúne en la Sala capitular para escuchar el correspondiente capítulo de la Regla de san Benito, a la que sigue un breve comentario espiritual del Padre Abad. Nuestra vida, tanto material como espiritual, se rige por la regla de san Benito. Para nosotros, la santa Regla es la guía que nos dejó san Benito y a la cual eì Señor nos ha llamado. Es, pues, obligación nuestra conocer y amar el camino al que Dios nos ha llamado.

21.10 h – Completas

A continuación, nos dirigimos a la iglesia para cantar en el coro el último oficio del día: las Completas. Con este oficio la jornada monástica queda “completada”, “cumplida”. Así, antes de retirarnos al descanso nocturno, ponemos confiadamente en las manos de Dios nuestras obras y nuestras vidas. Nuestra jornada concluye con el canto solemne de la Salve o de otra antífona en honor de la Virgen María. Con el gran silencio nocturno, iniciamos el descanso que nos permitirá consagrar el nuevo día al servicio de Dios.

3.- EN POS DE CRISTO

SOLEDAD Y SILENCIO

El monje, por su vocación específica, se consagra totalmente a la búsqueda de Dios en la soledad, en el silencio y en la oración asidua. Dios mismo es quien lo atrae misteriosamente a una comunión más profunda: «Lo seduciré, lo llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Oseas 2). La vida monástica es, por su misma naturaleza, una vida retirada, separada del mundo. Pero, paradójicamente, en medio de un mundo que ignora la presencia de Dios constituye un signo de su primacía y preanuncia la meta a la que se encamina la comunidad eclesial: la gloria celestial.

El silencio, expresión de madurez humana y espiritual, viene a ser el clima espiritual del monasterio, casa de silencio y de paz. Silencio exterior. Silencio de recogimiento. Pero sobre todo silencio interior. Son requisitos indispensables para vivir a la escucha de Dios y en diálogo con Él.

MORTIFICACIÓN Y OBEDENCIA

El monje busca a Dios por Cristo, e ineludiblemente se encuentra con la Pasión de Cristo. Su vida no puede menos de ser mortificada. La conciencia del propio pecado y la necesidad de reparar las propias faltas está en la raíz de toda auténtica vocación monástica. Y como el misterio del pecado se nutre de la voluntad propia, no hay otro camino de conversión que renunciar a ella. Por eso la Regla benedictina preferirá siempre los motivos del ascetismo interior a las asperezas de la austeridad corporal: «Quienquiera que seas que, renunciando a tus propias voluntades, tomas las potentes y espléndidas armas de la obediencia para militar bajo el rey verdadero, Cristo, el Señor» (Regla, Prólogo). La gran mortificación de la Regla será siempre la renuncia a la propia voluntad. A imitación de Cristo, que no vino a hacer su voluntad, sino la del Padre (Jn 6,38). Y para seguir más de cerca a Cristo, «hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Fp 2,8). Esta es la clave de la obediencia monástica. Una obediencia sin demora, sea a la Regla, al Abad o a los hermanos. «Es lo propio de los que nada aman más que a Cristo» (Regla, 5).

LITURGIA: MISA Y OFICIO DIVINO 

Celebrando la Liturgia, el monje participa en la eterna alabanza que Cristo presenta al Padre, en el diálogo entre el Padre y el Hijo que, en la unidad del Espíritu Santo, es fuente de dicha eterna y salvación del mundo. La Eucaristía y la Liturgia de las Horas u Oficio Divino constituyen los momentos más fuertes a lo largo del día del monje, donde penetra en las «insondables riquezas» (Rom 11,33) de la intimidad de Dios.

El centro de toda liturgia es la celebración de los misterios en la Eucaristía. En efecto, en la Misa nos alimentamos de la Palabra que oímos y de la Palabra que comemos. Y, al igual que un prisma descompone la luz en varios colores, los distintos Oficios litúrgicos que el monje celebra a lo largo del día, desde la madrugada hasta la noche, van prolongando y mostrando nuevos acentos de la Misa celebrada. San Benito, que denominaba a la liturgia «Opus Dei» —Obra de Dios—, manda al monje que «nada, pues, se anteponga al Opus Dei» (Regla, 43), poniendo así esta ocupación como primordial en la jornada monástica. Todo el honor, toda la belleza, todo el fervor y toda la perfección, se concentran sobre el Opus Dei. Vivir de la liturgia y para la liturgia.

ORACIÓN

La vida del monje es una vida totalmente orientada a la búsqueda del rostro Dios, en el deseo de encontrarle y contemplarle. Por eso, a lo largo de la jornada del monje, hay tiempos consagrados a la oración litúrgica y otros tiempos dedicados al trato de intimidad con Dios en la soledad. Estos momentos se alimentan, principalmente, de la lectura orante de la Palabra de Dios o lectio divina. Mediante la lectio divina, en diálogo de corazón a corazón con Dios, se da el paso del texto bíblico a la vida, de la escucha al conocimiento y del conocimiento al amor. Un amor que lleva al monje a ir clavando su mirada y su corazón el Señor. El lugar de esta oración queda a su elección: en lo escondido de su celda, a los pies del sagrario o el retiro del claustro. Y con la sencillez que recomienda san Benito: «El que quiera orar, entre con toda sencillez y ore» (Regla, 20).

APOSTOLADO: HOSPEDERÍA, ACOGIDA

La fecundidad de una vida religiosa sólo se realiza en el Cuerpo Místico de Cristo. Por eso, y por encima de cualquier actividad, la fuente del misterioso y fecundo apostolado del monje es la ofrenda y entrega de su propia vida a Dios. En pura fe. Sin compensaciones humanas. Éste es su primer y fundamental apostolado. El monje sabe que de la totalidad de su propia entrega a Dios —de la santidad de su vida, de su oración asidua y generosa penitencia— depende la salvación y la perfección de gran número de almas.

Con todo en la vida monástica se dan formas de apostolado muy típicas: la dirección espiritual, la instrucción litúrgica, la difusión de su propia espiritualidad —tan saludable para nuestro mundo—… Y, sobre todo, abrir el monasterio a cuantos quieren rezar la gran oración de la Iglesia, a quienes buscan un ambiente de serenidad y paz para su alma. Todo es posible con una condición: que no se desnaturalice el propio carisma monástico.

MORTIFICACIÓN Y OBEDIENCIA

Mediante el trabajo, el monje huye de la ociosidad, enemiga del alma. Mantiene un saludable equilibrio de espíritu y de cuerpo, y ejercita y desarrolla las distintas facultades que Dios le ha dado. Sigue el ejemplo del mismo Cristo y proclama la dignidad del trabajo asociándolo a la obra del Creador.

La vida monástica es una vida de trabajo porque debe ser una vida pobre. A imitación de Cristo. Trabajar en obediencia al abad en servicio a los hermanos es un camino excelente y seguro de seguimiento de Cristo, de amor al prójimo y de negación de sí mismo.

Puede ser trabajo manual o intelectual, según los dones que Dios ha dado, las necesidades de la comunidad y las disposiciones del abad. Pero siempre un trabajo bien acabado, que es el típicamente benedictino: en presencia de Dios y para que en todo sea glorificado. Así el trabajo, lejos de disipar el espíritu, prolonga la oración y la vivifica dándole un concreto realismo espiritual.

VIDA EN FAMILIA

El monasterio supone una vida en fraternidad. Una comunidad de hermanos que se saben escogidos y congregados por el Espíritu Santo a un mismo fin: vivir en comunión con Él y entre sí. Estamos ante el mandamiento mismo del Señor: «Amaos como yo os he amado» (Jn 15,12).

La vida en común es muy sana. Una invitación permanente a salir de sí mismo y a cultivar ese buen celo que tanto recomienda San Benito: «Anticípense a honrarse unos a otros, sopórtense con la mayor paciencia sus debilidades, tanto físicas como morales; obedézcanse a porfía unos a otros, y nadie busque lo que le parezca útil para sí, sino para los demás; y amen a su abad con afecto sincero y humilde» (Regla, 72). La pieza maestra de la Regla es el Abad. Concurre en él un triple mando: espiritual, docente y de gobierno. Pero todo ello fundido en la condición de Padre. Y por encima su situación auténtica debe ser la de representante de Cristo. Sólo mediante una vida en común puede cumplir el monje los tres votos que emitió en su profesión monástica: estabilidad, conversión de costumbres y obediencia.

PETICIÓN DE ORACIONES

Si deseas que los monjes encomendemos alguna intención tuya especial, háznoslo saber. La Comunidad monástica la tendrá presente en su oración y la pondrá a los pies de nuestro Salvador, de la Virgen de Leyre y de los Santos que se veneran en nuestro monasterio. Confía tu camino al Señor y él actuará.
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ENCARGO DE MISAS

Toda Misa tiene por intención principal la gloria del Padre por Cristo en el Espíritu. Desde antiguo, a esta intención principal se ha añadido alguna intención particular: el descanso eterno de un difunto, el bien de un ser querido o el propio, etc. Si lo desea, puede encargar que los monjes celebren la Misa por alguna intención particular. Puede utilizar este formulario o hacer una petición en la portería del monasterio. La Misa no tiene precio, pero habitualmente los fieles contribuyen con una aportación económica a modo de ofrenda. Esta aportación se llama “estipendio”. En la archidiócesis de Pamplona, el estipendio de una misa es 10 euros. También aceptamos encargos de novenas de Misas y de Misas gregorianas por los difuntos (durante 30 días seguidos).
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LIMOSNAS Y DONACIONES

Si desea colaborar ayudando a los monjes en sus necesidades y contribuir en sus proyectos puede realizar un donativo o limosna a la comunidad de Leyre. Se lo agradecemos de corazón y les tenemos presentes en la oración, confiando en que Dios les pagará con creces su generosidad. Como varias veces cada día pedimos los monjes: “que el Señor recompense a todos nuestros benefactores por los dones terrenales, los celestiales, y por los dones temporales, los eternos”.
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