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oda nuestra jornada se desenvuelve al compás del ora et labora ―«reza y trabaja»―, sin que tampoco falten momentos para cultivar la vida fraterna en comunidad ni el necesario tiempo libre.
A nivel comunitario, nos reunimos para orar siete veces al día, celebrando la Eucaristía y la Liturgia de las Horas, el Oficio Divino, que jalona la jornada desde la madrugada hasta la noche. También dedicamos otro espacio de tiempo importante a la lectio divina (lectura orante de la Palabra de Dios) y a la oración personal. Intercalándose con la oración, se distribuyen los tiempos de trabajo. Mediante el trabajo ―intelectual o manual― el monje desarrolla sus capacidades humanas, las consagra a Dios, sirve a sus hermanos y colabora al mantenimiento de la casa.
Los monjes se levantan antes de la aurora para velar en oración. Este oficio expresa y estimula la actitud de espera al Señor que volverá, y por eso tiene el carácter de una alabanza nocturna. En este oficio se alternan el rezo de salmos y la proclamación de lecturas tomadas de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia. Su duración aproximada es de 45 minutos; los domingos y días de fiesta se prolonga hasta una hora. Finalizadas las Vigilias los monjes disponen de unos tres cuartos de hora para la lectio divina o la oración personal.
Este oficio se celebra en el momento del amanecer y nos recuerda la Resurrección del Señor, “Sol de Justicia que viene de lo alto”. Con esta alabanza matutina se nos invita con toda la creación a alabar a Dios y a santificar todo el día. Su duración es de 30 minutos. Después del desayuno, los monjes disponen libremente de media hora antes de la Misa Conventual.
Constituye la cumbre de la jornada monástica, en la que se celebra el “memorial” de la Pascua de Cristo. La Misa Conventual diaria es concelebrada y cantada íntegramente en gregoriano. La Eucaristía finaliza con el canto de Tercia a modo de acción de gracias a Dios y ofrecimiento de los trabajos de la jornada.
Mediante el trabajo el monje halla el medio de mantener un saludable equilibrio de espíritu y de cuerpo, y de desarrollar las distintas facultades que Dios le ha dado. Con el trabajo el monje se asocia a la obra de la creación y ayuda en las necesidades del monasterio y del prójimo, en la medida de sus posibilidades. Durante la mañana cada monje se dedica a aquellos trabajos de índole intelectual o manual que le han sido asignados para utilidad del bien común. Los monjes jóvenes o en etapa de formación siguen un ritmo específico marcado por cursos de espiritualidad, filosofía y teología, alternados con trabajos al servicio de la comunidad.
Este oficio nos reúne de nuevo a todos ante el Señor haciendo una pausa de descanso en nuestros trabajos. Es seguido del rezo del Ángelus y del almuerzo comunitario. La comida se toma en silencio, mientras se escucha una lectura. La Regla establece también qué días son de ayuno y de abstinencia. Después de la comida queda un tiempo libre disponible para descansar, leer o pasear disfrutando de nuestro bello paisaje.
El oficio de Nona se celebra en el transcurso del comienzo de la tarde.
El tiempo que sigue está dedicado, como el tiempo central de la mañana, al trabajo y al estudio.
La hora que precede a las Vísperas está reservada a la lectio divina. Esta consiste en una lectura reposada y orante de la Sagrada Escritura o de otras páginas significativas de la Tradición cristiana.
La alabanza vespertina santifica el final del día. Damos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante la jornada y nos unimos de modo especial al sacrificio vespertino de la Redención de Cristo. Su duración es de 30 minutos.
Transcurre, como la comida del mediodía, en silencio y escuchando una lectura. Tras la cena tenemos un tiempo de esparcimiento todos juntos en familia.
La comunidad se reúne en la sala capitular para escuchar brevemente una lectura espiritual o alguna instrucción del P. Abad. A continuación la comunidad se dirige a la iglesia para cantar en el coro el último oficio del día: las Completas, con dicho oficio la jornada monástica queda “completada”, “cumplida”. De esta manera antes de retirarnos al descanso nocturno ponemos confiadamente en las manos de Dios nuestras obras y nuestras vidas. Nuestra jornada se concluye con el canto solemne de una antífona en honor de la Virgen María. Y así, con el gran silencio nocturno los monjes inician el reposo necesario que les permitirá a la mañana siguiente reemprender de nuevo con alegría la alabanza de Dios.