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El ideal monástico

Un monasterio benedictino es, fundamentalmente, una escuela de vida contemplativa.

Para el monje es vida contemplativa aquélla en la que se da prioridad y preferencia al ejercicio de la oración.

La oración, porque es el modo más adecuado de llegar al conocimiento y a la unión con Dios.

Un conocimiento en fe y por obra del amor, con todo el fervor de una vivísima esperanza.

El ideal monástico está, pues, en la búsqueda de Dios y de solo Dios. Directamente.

A Dios en sí mismo y por Cristo Jesús, que es el mediador entre Dios y los hombres.

Un ideal puro de vida cristiana.

Esto se llama vivir hondamente el propio bautismo.

Excelencia de la contemplación

“¡Si conocieses el don de Dios!” (Jn 4,10).

Esta es toda la vida espiritual del cristiano. Esta es la obra de la gracia en su alma.

Y la escuela de la contemplación es la escuela de la intimidad de Dios. Y la escuela de la intimidad de Dios es la escuela de la santidad.

¿Cómo llegaré a la intimidad de Dios?

Ante todo, escuchándole. Sin ahogar su voz con mi propia palabrería. Hundiéndome en el silencio para oír su voz.

Dios con su presencia me descubre a mí esa realidad mía que yo no conozco. Mi verdad. El enorme vacío de mi alma desnuda en la presencia de Dios.

Y entonces esta verdad mía, mi realidad auténtica, es la que se vuelve hacia Dios en un acto supremo de acatamiento y de adoración.

Algo que es sublime. Cierto, pero también muy posible.

El monje

Es un hombre que se agarra a Cristo como a la auténtica realidad de su vida.

Por tres veces lo dice san Benito:
  1. “Nada anteponer al amor de Cristo” (Reg. cap. IV)
  2. “Los que nada estiman tanto como Cristo” (cap. V)
  3. “Nada absolutamente prefiera a Cristo” (cap. LXXII)
La vida de todos los cristianos debe afirmarse en Cristo Jesús. Es cristiano quien vive en Cristo. Quien ha llegado a convencerse de que Cristo es su vida.

Pero ese apoyo debe ser aún más necesario, diríamos que más exigente y total, más exclusivo, para un alma contemplativa.

Su relación se hace muy personal, muy directa, íntima.

Cristo está ante él en todos los actos, en todos los momentos de su vida.

Y en el cumplimiento total de su santa voluntad.

El monje sigue a Cristo en su obediencia.

Hombre de fe y de oración

Cuando Dios llama a un ideal tan elevado, lo hace con una enorme delicadeza.
Un comienzo de alusiones e insinuaciones que concluye en el permanente fluir de una voz casi imperceptible y no obstante sutil y penetrante.
Cuando Dios llama a la vida monástica, cuando invita al hombre a iniciar con El ese gran diálogo que es una vida entera de oración, suele extremar al máximo el respeto que siempre tiene a nuestra libertad.
Pero siempre es Dios quien facilita nuestra respuesta. La vocación del monje suele ir acompañada de ciertas disposiciones a la vida contemplativa. Sin las cuales la vida monástica es tan sólo una invitación al despiste y a la pereza.
Fundamentalmente son dos:
  1. Ha de ser hombre de fe. Lo que quiere decir que sepa gustar del gozo de la fe.
  2. Y ser un hombre de oración. Que contra las tentaciones del activismo y de la agitación, sienta el alto valor religioso de la pura oración de alabanza.

El monasterio

San Benito tiene una definición famosa y clásica de lo que es un monasterio.
En el Prólogo de su Regla le llama: Dominici schola servitii. La escuela del servicio del Señor.
La concepción benedictina de la vida religiosa se asienta sobre la importancia concedida al monasterio. Sobre la estampa de monasterio que se esboza en la Regla. Establece el monasterio sobre un plan familiar. Con los vínculos que no son fríamente sociológicos. Ni tan sólo espiritualmente religiosos. Con una entrañada relación familiar. Con su buen margen afectivo. Por eso es una institución muy humana.
En el monasterio, y por esta enseñanza, es donde se hace fácil, natural y flexible el servicio de Dios.
Lo que en definitiva se practica y ejercita en el monasterio es la caridad del amor de Dios.
Aquí es donde las almas de los monjes crecen en la caridad.

Lo nuevo en San Benito

En la estabilidad monástica llegamos a uno de los aspectos típicos del orden benedictino. Una verdadera novedad.
Porque antes de San Benito hubo muchos monjes. El monasterio era una institución tal vez demasiado desarrollada.
San Benito prescinde de lo necesario, de tantas cosas anecdóticas del monacato, porque va a lo principal.
Estabilidad, contra el peregrinar de los monjes andariegos. Vida en común, contra el egoísmo del aislamiento.
Un Abad, como principio activo de autoridad.
Un orden en la vida. En la oración, en la lectura, en el cuidado de la casa, en el trabajo. Y sobre todo en las finalidades propias del monje. En la busca de Dios. En el Opus Dei (Oficio divino). En el cultivo de la caridad. La caridad del amor de Dios y la caridad de la convivencia fraterna.

Vida en comunidad

Un monasterio supone una vida en comunidad.
Bien está que haya anacoretas. Pero es una vocación madura y en cierto modo extraordinaria. No es empeño para todos y mucho menos para principiantes.
La vida en común es, en cambio, muy sana. Una invitación permanente a no pensar en sí mismo. Una invitación permanente a la caridad. A pensar en los demás con caridad. Y a sufrir con paciencia las adversidades y las flaquezas de los prójimos.
Y junto a la caridad la disciplina. Contra el protagonismo y la originalidad. Por un lado la obediencia. Por el otro el fiel cumplimiento de la Regla. Que es algo exterior, objetivo. La norma concreta de nuestra vida religiosa.
En la vida en común de los cenobitas se cumplen los tres votos que emite el monje en su profesión monástica.
Estabilidad: Permanencia y perseverancia en un monasterio.
Conversión de costumbres: Que la entrega a Dios sea real y no una pura fantasía.
Obediencia según la Regla: Sometiéndose a la autoridad de un jefe.

El abad

Es la pieza maestra de la regla de los monjes.
Concurre en él un triple mando. Espiritual. Docente. De gobierno.
Pero todo ello fundido en la condición de padre. Y por encima aún de la condición de padre, su situación auténtica en el monasterio debe ser la de representante de Cristo.
La clave de la personalidad del Abad está en ser representante de Cristo.

El silencio

El silencio viene a ser el clima espiritual del monasterio.
No es sólo una necesidad de la convivencia.
No es sólo una exigencia de la paz del claustro.
Su verdadera función entra ya en la vida de oración.
Un silencio que es necesario para oír a Dios.
Silencio de recogimiento.
Silencio exterior.
Pero sobre todo silencio interior.

Una vida de oración

Para el monje, la oración será a lo largo de su vida el ejercicio de su busca y de su encuentro con Dios.
Oración, a ser posible, sin palabras. Un estar humilde ante Dios. Rendido a su voluntad. Buscando en la oración su voluntad. Pediéndole a Dios que se haga su voluntad. Su voluntad en mí. Su voluntad en los demás, en el mundo entero. El hombre, el monje, se encuentra a si mismo en la presencia de Dios. Descubre su propia intimidad.
Se realiza. Se ve en su más completa realidad. En esta escala está el progreso de mi vida espiritual. Nada vale si no se traduce en mi diaria conversación con Dios. Rendido a su voluntad. Buscando en la oración su voluntad. Pediéndole a Dios que se haga su voluntad. Su voluntad en mi. Su voluntad en los demás, en el mundo entero. El hombre, el monje, se encuentra a sí mismo en la presencia de Dios. Descubre su propia intimidad. 

Oficio y liturgia

La vida de oración de los monjes, culmina en la oración del Oficio divino y de la Sagrada liturgia. Culmina. Es sin duda su expresión más alta. Es la oración de la Iglesia.
En la oración litúrgica, el encuentro se hace más directo, más intimo con Cristo Jesús. Es un error muy frecuente creer que nuestra intimidad con Cristo se mide en la escala de nuestros afectos sensibles. La Liturgia es el lugar preciso en que Cristo nos busca y nos espera.
El gran Orante, el gran Liturgo, el gran Sacerdote. El ciclo litúrgico sigue al año, y siempre repite, la rueda de sus misterios. El centro de toda la liturgia es su Sacrificio Eucarístico. Se hace diaria la proclamación de su Palabra. La voz de la Escritura nos habla de su Presencia eterna. La Liturgia es la oración de su Iglesia. Ante la grandeza del servicio a que están llamados los monjes, el precepto es muy concreto, "Nada se ante ponga al Opus Dei, a la obra de Dios" (Reg. cap. LXIII). Los hijos de San Benito, en su larga tradición de siglos, habian respetado fidelísimamente el precepto.
El Oficio y la Liturgia son el centro de la vida benedictina. Todo el honor, toda la belleza, todo el fervor y toda la perfección, se concentran sobre el Opus Dei.
Vivir la Liturgia y para la Liturgia. En el canto, en el estudio, en la pastoral.

Caridad fraterna

La caridad del amor de Dios, es el centro de la vida religiosa. No hay vida religiosa sin caridad. Pero además, sin caridad, aquí en el monasterio, la vida religiosa sería insufrible. Venimos al monasterio con el propósito básico de crecer en la caridad. Que la caridad crezca en nosotros. Si la caridad no crece algo en mí cada día, he perdido ese día. Y a la larga se frustra mi vida religiosa. Una vida inútil. Ningún provecho saco. "No soy sino un bronce resonante o un címbalo estruendoso" (1 Co 13,1).
Eso, sí es que meto algún ruido. Pero el amor de Dios no está sólo en las palabras. Tiene su contraste todos los días. Sobre todo en una vida conventual. "Este es el celo que con ferventísimo amor ejercitarán los monjes, es decir: que se prevengan unos a otros con honores; súfranse pacientísimamente los defectos del alma y cuerpo; préstense a porfía obediencia mutua; ninguno busque su propia utilidad, sino más bien la del otro; tribútense una casta caridad fraterna" (Reg. cap. LXXII).

La mortificación

La vida del monje no puede menos de ser mortificada. Busca a Cristo, busca a Dios por Cristo, e indefectiblemente se encuentra con la Pasión de Cristo.
Un programa muy concreto de sufrimientos, injurias, abandonos y muerte infamante. Así es como el monje limpia y depura su alma en el sacrificio y en la mortificación. Pero la Regla benedictina prefiere siempre los motivos del ascetismo interior a las asperezas de la austeridad corporal: "Si eres siervo de Dios, que te ate la cadena de Cristo y no una cadena d e hierro" (San Gregorio Diálogos III, 16). Así hablo San Benito al ermitaño que se había encadenado a un roca. La gran mortificación de la regla es la renuncia voluntaria a la propia voluntad.
El fundamento de la vocación benedictina. "Quienquiera que seas, que renunciando a tus propias voluntades, dispuesto a militar bajo el rey verdadero, el Señor Cristo, tomas las brillantes y fortisimas armas de la obediencia" (Reg. Prólogo).

Lectio Divina

La armonía de la vida benedictina está conseguida por la perfecta distribución del tiempo en el monasterio. El Oficio divino, con su escalonamiento en las horas canónicas, y el descanso siempre necesario, se ven compensados y equilibrados por el trabajo manual y la lectio divina. En esta distribución del tiempo la lectio divina viene a ser como el lubricante de la tarea del monje. Participa de la oración y participa del trabajo. Rompe la monotonía del Opus Dei y la dureza del trabajo manual. Y tiene también lo suyo de descanso.
Momento de reposo y quietud para el espíritu. La lectura se hará gustosa y profunda. Con amor y con pasión. Pero orientada a un nivel teologal. Que mueva la fe, la caridad y la esperanza. Por aquí es el paso inmediato a la oración.
Un itinerario muy conocido: lectio-meditatio-oratio.

El trabajo

La vida monástica es una vida de trabajo, porque es y debe ser vida de pobre. De unos hombres que por motivos sobrenaturales abrazan la pobreza. Que la hacen elemento esencial de su vida. Que tienen que trabajar para ganarse su vida y la de los suyos.
No nos hacemos pobres por moda o estética. Ni por humanitarismo. Ni aún siquiera por caridad hacia los pobres. Nos hacemos pobres porque no queremos que las riquezas, los bienes materiales, las cosas, se interpongan en nuestra marcha hacia Dios. No queremos que nuestro afecto las convierta en ídolos. Y consecuencia de esta pobreza es la necesidad de trabajar.
El trabajo monástico es el factor que más contribuye al equilibrio de la vida benedictina.

Nuestro apostolado

El monje tiene algunas formas de apostolado muy típicas.
La dirección espiritual, la instrucción litúrgica.
Toda una amplísima gama de tarea intelectual derivada de la lectio divina. La difusión de su propia espiritualidad, tan saludable para el mundo moderno.
Abrir el monasterio a cuantos quieren rezar la gran oración colectiva de la Iglesia.
A quienes buscan un ambiente de serenidad y paz para su alma.

EN RESUMEN ...

La vida benedictina no es otra cosa que un simple y limpio ideal de vida cristiana. De una vida cristiana depurada. Reducida a lo esencial. Centrada en la oración. Hecho toda ella armonía y sencillez.
De ahí que a lo largo de los siglos su lema haya sido: PAX
Lleva la paz a las almas. En una constante comunión litúrgica, sacramental y sobre todo eucarística con Cristo. Viviendo su misterio pascual. "Porque Él es nuestra paz" (Ef 2,14). Y la paz de Cristo, rebosante de caridad, saldrá más allá de los claustros y de las cercas de monasterio. Esta paz más que nunca necesaria en un mundo de hombres divididos y de almas partidas. "¡Si conocieses tú también en este día lo que lleva a la paz!" (Lc 19,42). Si supieses dónde está la verdadera paz. Tú que sientes cómo te muerde el desasosiego interior.
Tú que has advertido ahí en el fondo de tu alma la nostalgia de Dios. Tú que en tu mejor deseo sólo puedes ofrecer a Dios el sacrificio de una vida agitada y angustiada