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espués de más de mil años de existencia, la vida monástica continúa latiendo en Leyre al ritmo del ora et labora, según lo estableció San Benito (siglo VI) en su célebre Regla. La oración litúrgica y personal, la lectio divina, el trabajo intelectual y manual, y los tiempos dedicados a la vida fraterna en común, jalonan la jornada del monje benedictino también en nuestros días.
El monasterio de Leyre ha pasado por muchos avatares a lo largo de su milenaria historia. La desamortización del siglo XIX resultó una prueba especialmente difícil al obligar a los monjes a abandonar su monasterio en 1836. Tras más de un siglo de desolación y ruina, en 1954 una nueva comunidad de monjes benedictinos reanudó la vida regular en San Salvador de Leyre, recién restaurado por la Diputación Foral de Navarra.
Leyre es un monumento histórico-artístico muy visitado.
Sus espacios están distribuidos de modo que el flujo de vistas no altere el ritmo de vida monacal, ni perturbe el clima de retiro, de silencio y paz que le son propios.
Los lugares de acogida de los visitantes se ubican al norte de la iglesia, abiertos a la sierra. En cambio, la zona sur, que mira al “mar de Pirineo”, está reservada para la comunidad.
Los monjes residen en el llamado monasterio nuevo. Es un edificio de recia sillería construido en el siglo XVII. Se yergue elegante y austero en plena naturaleza, asomado a las tranquilas aguas verde y azules del embalse de Yesa. Desde esta altura se avista un paisaje de prodigiosa belleza y dilatados horizontes, que serena el alma e invita a la contemplación y a la alabanza: ¡Qué magnífica son tus obras, Señor! (Sal. 91).
odo contribuye a hacer de Leyre un gran hogar de vida benedictina. Su emplazamiento en uno de los más recios y hermosos paisajes de Navarra. Su venerable tradición milenaria. La sobria belleza de su románico de primera hora. Su situación apartada en lo alto de la sierra. La dureza austera de un clima a la vez mortificado y tonificante.
Son circunstancias que encajan en lo más noble y limpio de la gran tradición fundadora de San Benito. Pero todo esto nada es y en último término nada vale, si estas piedras admirables no constituyen un gran hogar de vida espiritual.